Thursday, November 26, 2009

Mi Hermana y Yo


Mi hermana siempre había sido la mujer más racional, incrédula y ordenada del mundo para mí. Era pulcra, remilgada en su aseo, aséptica y escéptica acerca de todos mis delirios. Por ejemplo, cuando dormíamos en el mismo cuarto, solíamos contarnos nuestros sueños inmediatamente después de despertar, y mi hermana me desaprobaba con una mueca de disgusto cada vez que yo le contaba que había visto a mamá convertirse en una figura de madera, los ojos vendados, y con agujeros en la cara, una máscara fibrosa y dura, de donde salían los espantosos ANOBIUM PUNCTATUM de nuestro jardín, que la roían como si fuera un árbol, o que sus brazos eran de turrón de maní, y yo los comía (las muñecas tenían pequeños túneles como los que dejan las hormigas) No era tan descabellado: después de todo, comemos de nuestras madres, incluso desde antes de nacer. Nos alimentamos de su digestión, y en su regazo, al amamantarnos nos bebemos su esencia. Pero mi hermana tenía esa mirada que hacía que me sintiera incómodo en cualquier lado, como cuando íbamos a misa y yo me sentía atemorizado por las voces de la gente, que al unísono recitaban en latín la eterna cantinela, rumiando los mismos versos que otros, por cientos, e incluso en el mismo lugar, habían recitado en una hueca liturgia de lenguas, saliva y dientes. Ella se daba vuelta y me chistaba, cada vez que me equivocaba en los versos del 'Te Deum', o en cualquier otro salmo. Nuestros juegos siempre tenían algún componente erótico, ya fuera que ella me montara y me azotara con una rama, o que ella y sus amigas me espiaran cuando yo estaba desnudo. En realidad, me excitaba saber que ella estaba ahí, riéndose protegida por las sombras y la complicidad de su cómplices.
Nuestros encuentros empezaron en una primavera en que su pubis se ensombreció de vello, y mis axilas empezaron a oler como la masa del pan todavía crudo. Cuando mi hermana me buscaba, yo ya estaba listo, desnudo y encendido como lumbre en la oscuridad. Nuestra combustión se encendía con llamas de un mismo color, como si fuesen las nuestras lenguas de un mismo fuego, fuego de un mismo ardor. Nuestra combustión se apagaba con saliva del mismo olor, de sal las lenguas y el sudor, como si fuesen nuestras lenguas olas de un mismo mar, mares de un mismo olor.
Cuando mi hermana empezó menstruar, tenía yo los síntomas, y aunque no tuviera ovarios, mi bajo vientre dolía como el de ella. Cuando mi hermana empezó a mentir a los muchachitos que la pretendían, era yo el que se sentía engañado. Cuando mi hermana quedó embarazada, todos sabían quién era el padre...

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