Mis queridos contertulios: continuando con nuestra velada de revisionismo histérico y espantologías varias, quisiera dirigir su atención por encima de esta linterna que me pongo debajo de la cara para parecer más fantasmagórico en la ubicua penumbra del local, y referirles la historia de GASPAR, el profesor de literatura. Era este un especímen como abundan en las grandes ciudades atestadas de gente medianamente educada, con pretensiones de seguir lo artificioso de una vocación artística, el berretín favorito de los hijos de la burguesía finisecular, hijos de profesionales en ciencias humanísticas, a quienes la comodidad de su posición otorgó la gratuidad de la información y el privilegio de la formación cultural, y que, a pesar de no conocer la pobreza, se sentían atraídos por los desposeídos.
Cuando Gaspar se recibió de profesor de Literatura, quiso
hacer algo distinto, por eso presentó un proyecto en la SECRETARIA DE CULTURA
para coordinar ese caldero del Demonio, ese vientre de Leviathan que dan en llamar TALLER LITERARIO (efecto de
ulular de viento, efectuado por un theremin) Los alumnos que Gaspar atendía
eran la ralea típica de un barrio desfavorecido: un desocupado, un ex adicto, una
madre soltera, un minusválido por accidente laboral, y un ex presidiario.
Gaspar comenzó por darles vía libre, y a manera ‘romper el hielo’ los alentó a
que escribieran sin presiones de género o forma, un cuento. Les dio una semana,
y al cabo de siete días, recogió los trabajos, y sin demasiada expectativa . Su
sueño siempre había sido repartir nombres de autores como el viejo en ‘Perros
de la Calle’, y que cada uno escribiera un cuento imitando el estilo del autor
que le tocara en suerte; incluso imaginaba que con el tiempo, los elegidos se irían asimilando tan bien sus
estilos, que se metamorfosearían físicamente en los autores mismos: Mr Poe
sería el glauco y grave señor de bigotes de West Virginia, por más que fuera de
Ramos Mejía, Mr Crawley iría perdiendo el pelo para emular al calvo satanista,
y Mrs Shelley sería la dulce y sedosa dama de mirada crepuscular y generosos
pechos pálidos que se ganaba al profesor. Un malhumorado Gaspar se sentó a
corregir los trabajos una noche de sábado, y no pudo irse a dormir sino hasta
el otro día por la tarde. Los cuentos eran casi todos muy buenos: tramas bien
planteadas, prosodia de giros
inesperados, finales bien resueltos. Los leyó todos, una y otra vez. Los cuentos eran tan
buenos, que sin demasiado pensarlo, como si no se tratase de su voluntad, como
en un sueño, fue que decidió no presentarse más al taller, recopilar los
cuentos a manera de una antología, en la que él mismo, Gaspar, el profesor de
literatura, iba presentando a manera de compilador, los cuentos separados en
capítulos con el nombre de pila de cada alumno como título de cada historia. La
novela vendió muy bien, y los críticos hablaron del ‘debut del año’, ‘una obra
prometedora’, ‘ingenio deslumbrante de forma y contenido’. Los autores, los
alumnos de Gaspar, no recibieron nada en regalías, y no se enteraron de su
éxito. Murieron cada uno olvidado en un hospital, en enfrentamientos con la
policía, en accidentes callejeros, o de enfermedades, o vejez. Pero el acerbo destino,
que a todos condena con vara rasa, y al cual
la Parca de la siega al decir de Catulo su faena imita, puso al mal escritor y
peor pedagogo en la infernal marmita, a sorber con fruición los jugos de su
propio caldo, ya que sin prisa pero sin pausa esta siendo cocinado en los
fuegos del Averno, y en los propios fuegos fatuos de los vanidosos escritores,
cagatintas y e impostores. Autores de autoayuda, historiadores sesgados,
erotómanas del papel. Va Coehlo con dos yunques de los huevos colgados; JK
Rowling lo acompaña, de igual suerte convertida en la bruja pervertida de sus
relatos de paganismo berreta; Tom Wolffe, con el sempiterno traje blanco manchado de vómito de fernet, no está purgando el vicio de ser impecable en su prosa o en su vestir, sino que documenta una nueva Hoguera de las Vanidades. Vanitas Vanitatum Omnia Vanitas. Pacho O’Donell y Felipe Pigna, se soplan el
escroto para conseguir algo de fresco, mientras Dan Brown sin mucho afán
recita, ‘Serán historiadores, serán lampiños, pero esos huevos no son de niño’…Hasta
otra entrega de ‘Los Cuentos del Muñeco Teresito’