Saturday, February 02, 2013
Jazz
Para los que sólo decoramos el tiempo en infructuoso afán de llenarlo, para los que estamos destinados al silencio sin interrupciones, lectores del transcurrir sintagmático, nadadores de cerveza sin demasiada emoción, y ajenos a la pasión, contamos con un aliado inapreciable: el jazz. La música instrumental ya centenaria, con su caudal de notas como gotas en la lluvia, siempre caótico, donde corren los tempos en inapreciable velocidad, tan rápidos que el pensamiento no los traduce en emoción, casi como una gimnasia dictada por reflejo de los tendones, obedeciendo a una memoria muscular que escapa a la apreciación o la racionalización, pasa a través del oyente como la electricidad, en su inasible fugacidad provoca ansiedades que sacia en pasajes que jamás fielmente recordaremos, paisajes a vista de tren, un hic et nunc que no es ningún lado, y es cualquier lugar: la Tijuana de Mingus, el Túnez de Gillespie, porque es como el río de Heráclito, o como el Leteo infernal, corrientes para almas hastiadas de recuerdo, donde nos renovamos y nos recreamos. Es por esto que no nos sea extraña su alianza al devenir tecnológico y filosófico del siglo XX, sobre todo al existencialismo, y a la novela psicológica, con sus fluctuaciones donde sujeto y objeto se confunden, y donde no existen vicisitudes, sino 'estados' de consciencia frente a estas. Hay un fragmento de 'La Náusea', de Sartre, que expresa esto con bastante exactitud.
'En seguida vendrá el estribillo: es lo que más me gusta, sobre todo la manera abrupta de arrojarse hacia adelante, como un acantilado contra el mar. Por el momento, se escucha jazz; no hay melodía, sólo notas, una miríada de breves sacudidas. No conocen reposo; un orden inflexible las genera y destruye; sin dejarles nunca tiempo para recobrarse, para existir por sí. Corren, se apiñan, me dan al pasar un golpe seco y se aniquilan. Me gustaría retenerlas, pero sé que si llegara a detener una, sólo quedaría entre mis dedos un sonido canallesco y languideciente. Tengo que aceptar su muerte; hasta debo querer esta muerte; conozco pocas impresiones más ásperas o más fuertes. (...) Unos segundos más y cantará la negra. Parece inevitable, tan fuerte es la necesidad de esta música; nada puede interrumpirla, nada que venga del tiempo donde está varado el mundo; cesará sola, por orden. Esta hermosa voz me gusta sobre todo, no por su amplitud ni su tristeza, sino porque es el acontecimiento que tantas notas han preparado desde lejos, muriendo para que ella nazca. Y, sin embargo, estoy inquieto; bastaría tan poco para que el disco se detuviera: un resorte roto, un capricho del primo Adolphe. Qué extraño, qué conmovedor que esta duración sea tan frágil. Nada puede interrumpirla y todo puede quebrantarla. El último acorde se ha aniquilado. En el breve silencio que sigue, siento fuertemente que ya está, que algo ha sucedido. Silencio.
Some of these days
You’ll miss me, honey.
Lo que acaba de suceder es que la Náusea ha desaparecido. Cuando la voz se elevó en el silencio, sentí que mi cuerpo se endurecía; y la Náusea se desvaneció. De golpe; era casi penoso ponerse así de duro, así de rutilante. Al mismo tiempo la duración de la música se dilataba, se hinchaba como una bomba. Llenaba la sala con su transparencia metálica, aplastando contra las paredes nuestro tiempo miserable. Estoy en la Música.
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