Tuesday, November 06, 2012
Jihad Alcohol
Downbeat, Offbeat. Este último año tomé más alcohol que en los últimos diez. Mitiga mi ánimo habitual, que va del enojo a la tristeza, de la ira al desaliento. Alzado, triste, o enojado, mis suprarrenales deben haber segregado suficiente cortisol como para agregar placas de ateroma a mis coronarias en vista de un futuro infarto, el cual prevengo con una aspirineta por día. En esa zona limítrofe entre la depresión dominguera y la resaca insalvable del lunes, desplegamos un frente de batalla. Batalla de botellas, trinchera de corchos y chapitas, 'Hasta la cirrosis siempre'. La gradación alcohólica va siempre en escala proporcional a la desesperación (más ansiedad, más grados, para que pegue más rápido) o al bajón y su calidad (¿alguna ilusión amorosa inveteradamente esquiva?) El alcohol es un gran escudo en la lucha contra el tiempo, y su tránsito lento se vuelve más soportable si uno está colocado. Suponiendo que uno se siente en las antípodas o en la periferia de la existencia, el alcohol te lleva al centro del laberinto, es el hilo de Ariadna de los desposeídos, el faro de los que se ahogan en su propios pensamientos. En el centro ya no hay pensamiento, y uno es testigo de sí mismo, y la carga del cuerpo se aliviana, nos reconciliamos con la huella que los años han dejado en los procesos mentales, mellándolos de hastío e ideas recurrentes. Estar borracho es como mirar al horizonte, y sabiendo que no habrá más que eso, tener la sensación de que lo vemos por primera vez. Es como ser un recién nacido, huérfano de ayeres, chupando la teta de mamá. O como un náufrago que encalla en una isla llena de putas. Según un amigo del Chaco, santafesino exiliado como yo, 'cuando se prenden las luces de la calle, hay que tomar algo'.
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