Para los que creen que Abel Pintos, con sus foulards, sus saquitos color pastel y sus sombreritos a lo Debbie Gibson son algo nuevo, les informo que no, que hubo a fines de los setentas un grupo folklórico que también se identificó con esa sensibilidad bajoventral musical peri-anal, atávicogedora, o vernaculear, o telúricogenética, como fue el folklore gay. Y fue la banda que salió de la Botica del Angel de Vergara Leumann, Los Chonguitos, la punta de lanza de una movida que incluyó a Hormiga Rosa el payador, el ballet 'Brishitos de mi Tierra', o Peteco Cagarajal, que, surgida de barrios con afluencia de gente del interior, como Once o Constitución, o partidos del Oeste como Hurlingham, se apoderó de la Capital primero, y después ya consagrados, del festival de Cosquín, donde provocaron el vómito colectivo de miles de aficionados que, al no reconocer o asimilar lo extremo de semejante protesta, pusieron al movimiento en la clandestinidad, relegándolos a las teteras y los clubes swingers.
Adrián Sciolítico, de Los Chonguitos
Y si lo afectado, altisonante y arriesgado de la expresión necesitaba un epítome, esos eran Los Chonguitos. La impronta estridente de su vestimenta competía con la de su música, que al igual que la del Cuchi Leguizamón era inclasificable, llegándolos a clasificar como los New York Dolls del género. Y es que sus instrumentos tampoco eran tradicionales, llegando a electrificar los instrumentos de cuerda, amplificándolos con murallas de Marshalls, haciendo habitual el uso del charango gua gua (porque en el altiplano los bebés lloran así, con esa onomatopeya) cuya caja no era un lomo de mulita, sino de tatú carreta, con lo que el cordado era de 6 y 12 cuerdas, como el de la guitarra de Jimmy Page. El repertorio también era reflejo de esa provocación. Algunos títulos de canciones habrían hecho sonrojar hasta al mismísimo Almodóvar: 'Abríme el Surco, Turco', 'Pastelitos de tu Bosta (Yo Quiero Yo Quiero)', 'Lucho de Rodillas con Diamantes en su Cara', o 'Un Gallo en mi Vizcachera'. Todas las canciones hacían alusión más que evidente a la homosexualidad, y a las prácticas gay más aberrantes (splatting, fist fucking, S&M) 'Paisano, me gusta su Ano', en particular, versaba sobre una experiencia sexual primeriza de dos gauchos, Patiño y Vergatieza, en el que, después de adulterarle la ginebra con somníferos, este último ata al pobre Patiño a una rueda de carro, y lubricando su intimidad con grasa, lo posee sodomizándolo. El Comfer se negó a difundir semejante material, el que fue incautado por acción de una fiscalía bajo el cargo de perjuicio contra la integridad y la moral pública. Muchas de estas cintas fueron rescatadas del olvido y restauradas por Gustavo Santaolalla, quien se mostró entusiasmado de volver a traer a la superficie desde el abismo del olvido a estos pioneros, y revivir la frescura perdida de esos tiempos convulsionados.
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