La soledad es como una enfermedad venérea, pero al revés, porque se cura cogiendo. Y a veces ni así. Dos seres humanos tienen tantas razones para odiarse como para amarse, porque la pasión nos lleva de un extremo al otro, y todos sabemos que sin pasión no se vive. O por lo menos, es lo que siempre me pasaba a mí. Tuve momentos con mujeres que duraron segundos; como ver a alguien por la calle, una mujer sin nombre que en ese momento pareció la razón para estar vivo, el centro del mundo que de repente se revelaba como un dato trascendente, una cifra incognoscible que uno quería abarcar con la mente y el cuerpo: como si el deseo, ese síntoma incurable de los vivos, ciego e innominado en la oscuridad de la intimidad se volviera esclarecimiento instantáneo a la luz de una mirada, una cabellera, un par de ojos. Minas que estaban acompañadas o solas, pero que siempre imaginaba como la persona para mí, el remedio a todos los males que siempre me reviraban. Y esos momentos fueron trascendentes porque fueron únicos, puntuales. Hacerse propio el objeto del deseo, acortar los límites entre lo quería y lo que tuve, me pasó una sola vez en la vida, hace 15 años. Y rompí mi corazón por imprudente. Pero lo peor es la indiferencia una vez que pasó la pasión. Puedo entender que a una mina no le pase nada conmigo, pero lo peor debe ser que las cosas que amabas del otro te atormenten, y te llenen de odio, y en eso, soy una novia virgen. No tengo la experiencia del despecho mas que por propio capricho, porque me gusta naufragar en auto compasión, aunque parezca una paradoja.
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