El alcoholismo, el escape de los incompetentes, el consuelo de los solitarios, el refugio
vasodilatador frente al desierto astringente y constrictor de la árida realidad. Nunca tuve
problemas con la bebida, salvo cuando me hacía decir la verdad, lo cual es muy
inconveniente en una sociedad de hipócritas. Pero se me ocurrió, después de ver
la película The Flight, que los tres síntomas que llevarían a una persona a
preocuparse por ‘el hábito’ (el término, como toda palabra esdrújula tiene un
hálito de solemne, y el entrecomillado lo convierte en ‘algo para entendidos’) se pueden resumir en estos
tres tips, que sirven para hacer ‘examen de conciencia’, y automonitorear el alcance
de la adicción.
1. ¿Reconocés un límite? Si el límite es el piso, y no podés
decir, ‘Bueno, muchachos, me voy’, estás en un problema grave. Podés subirte al
auto en un estado de omnipotencia, y llevar a la muerte a algún acompañante ocasional,
o a tu alcoholizada humanidad.
2. ¿Alguien te refiere una anécdota en la que participaste,
pero que no recordás en absoluto? Si es alguien que te conoce, le podés
responder riéndote por lo ridículo del momento, pero si implica a algún
desconocido, que se sonríe diciendo algo como ‘¿Vos sos el que lloraba y me
abrazaba pidiéndome que te lleve a tu casa?’, ahí estás frito. Por lo general,
si no aparecen multas de tránsito dentro de los 15 o 20 días después del derrape,
o un hijo después de 15 años, no es tan grave. Lo grave es que pase todos los
días.
3. ¿Encontráste algún vaso con bebida en un lugar que no
corresponde, como un ropero, o dentro del horno, y no podés acordarte cuándo lo
dejaste ahí? A algunos les suele pasar con el auto, los hijos, o toda una
tripulación de avión, lo cual es muy inconveniente si sos el piloto. Estos ‘blackouts’
implican momentos en que seguramente la pasamos muy bien, pero que desaparecen para
siempre, como la responsabilidad de lo que hicimos. Por lo general, el uso de
drogas o alcohol es una circunstancia atenuante a la hora de un veredicto por
una falta grave, pero mejor no arriesgarse. Mejor tomar solo, y encerrado.
Todo esto en lo que hace a lo exterior, pero en lo interior, hay que sincerarse, y entender que no le podemos pedir prestadas nuestras emociones a una sustancia. He visto en personas tratadas con drogas por fobias o depresión crónica la voluntad de dejar esas drogas. Esto no pasa con el alcohol. El alcohol es un lugar cómodo del que nadie quiere salir. Nos hace mentir, autojustificarnos, minimizar sus efectos y el volumen en que se toma. Lo primero es sincerarse. Hay un momento de lucidez a partir del cual hay esperanza de volver. Si uno vive pasado, y siente nostalgia por la sobriedad, se puede volver. Pero si uno es conciente de que no puede reír, disfrutar o relajarse, o incluso amar sin estar borracho, es grave.
Todo esto en lo que hace a lo exterior, pero en lo interior, hay que sincerarse, y entender que no le podemos pedir prestadas nuestras emociones a una sustancia. He visto en personas tratadas con drogas por fobias o depresión crónica la voluntad de dejar esas drogas. Esto no pasa con el alcohol. El alcohol es un lugar cómodo del que nadie quiere salir. Nos hace mentir, autojustificarnos, minimizar sus efectos y el volumen en que se toma. Lo primero es sincerarse. Hay un momento de lucidez a partir del cual hay esperanza de volver. Si uno vive pasado, y siente nostalgia por la sobriedad, se puede volver. Pero si uno es conciente de que no puede reír, disfrutar o relajarse, o incluso amar sin estar borracho, es grave.
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