Friday, February 17, 2012

Cuento para Niños Envueltos

Había una vez en un país muy lejano que sólo los cartógrafos conocían, un petiso llamado Vulgarcito, que vivía en un interno al fondo de un pasillo. Vulagrcito era muy vago y nunca había limpiado el techo, por lo que allí crecían plantas de todo tipo, como enredaderas y helechos. Una semilla que cayó una noche de lluvia germinó insertando una raíz enorme que rajó el cielorraso mientras Vulgarcito miraba el sorteo del Quini 6. Esa noche se fue a dormir, y entre el ruido de la lluvia que caía por el agujero, se puso a pensar en cortar con un hacha semejante intruso vegetal cuando llegara la mañana. Al otro día comprobó que la raíz había crecido hasta perforar el piso, rompiendo el parqué hasta internarse en las profundidades de la tierra. Pero cuando Vulgarcito salió a ver el resto de la planta, vió que esta había alcanzado una dimensión formidable también hacia arriba, hacia el cielo..


Era un palán- palán colosal, de manera que iba más allá de las nubes, perdiéndose de vista, hacia la estratósfera. Vulgarcito pudo irse por la raíz, pero hubiera muerto quemado en el magma, por lo que decidió trepar hacia arriba, después de armarse una mochila con víveres, como triangulitos de queso Adler, aceitunas, un chocoarroz, y Gatorade. Después de una hora y media de escalar, mientras escuchaba River- Chacarita en una radio portátil, llegó a las nubes que, contrariamente a lo la gente cree y lo que erróneamente difunde el servicio meteorológico nacional, son acolchadas, y con olor a lluvia (como la luna es de queso, y las rosarinas son las minas más lindas) A lo lejos sobre una colina había un chalet que, después supo, a medida que se acercaba, se fue agigantando en perspectiva, tanto que tuvo que desistir de usar las escalinatas del porch porque los escalones eran altísimos. 'Debe ser la casa de un gigante', pensó Vulgarcito, mientras se acercaba a la puerta  que estaba entreabierta y sobre la que tuvo que usar todas sus fuerzas para moverla en sus goznes. No había nadie en el living y, a pesar de que estaba oscuro, enseguida vió al Ogro Máximo, sentado a la mesa del comedor, durmiendo con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Un único ojo cerrado sobresalía por encima de uno de sus entrelazados brazos. Sobre la mesa había varias botellas de Quilmes vacías, platitos con maníes, y los restos de haber fumado en un cenicero. Por todos lados había fidedignos, ostensibles, irrevocables indicios de psicobolchismo: discos de Mercedes Sosa, libros de Galeano, olor a humedad, marihuana y patchouli. En la radio se escuchaba la voz de Polimeni. Pero por encima de la radio pudo escuchar que alguien susurarraba llamándolo. Junto al comedor, y camino al dormitorio, había una jaula que alguna vez se había usado como pajarera, pero que estaba repleta de chicas que agitadas le indicaban que no hiciera ruido. Estaba apenas vestidas, harapientas, y sucias, pero a pesar del desaliño, se notaba que todas eran jóvenes, atléticas y sin excepción, muy bonitas. La que habló con Vulgarcito, era morena y tenía el pelo muy largo y trenzado a ambos lados de la cabeza, todas con el mismo peinado. Al Ogro le gustaba ponerlas en cuatro patas y poseerlas por detrás, agarrándolas de las trenzas, como si de riendas se tratara. Le rogaron a Vulgarcito que las liberara, escapar de su cautiverio, y la única manera de liberarse era abriendo la jaula con una llava que colgaba del cuello del Ogro. Hasta allí fue Vulgarcito, con el pecho del ogro que subía y bajaba en ronquidos estentóreos. Ayudado por un cortaplumas nuestro héroe cortó el cordel del cual pendía la llave, regresó a la jaula, y abrió el candado. Las chicas, que eran una docena entre morenas, rubias y pelirrojas, pusieron pies en polvorosa y dejaron el chalet , junto a Vulgarcito, quien antes de irse le clavó al Ogro una tuquera de palosanto que había sobre la mesa. Las chicas habían empezado a descender por el palán, y así llegaron a la tierra guiadas por Vulgarcito, para luego cortar la prodigiosa planta con un hacha, con el propósito de que nadie volviera a subir hasta el chalet. Hoy, el Ogro Máximo comanda la Cámpora, y jura en su ciega furia de venganza, algún día, matar al valiente Vulgarcito.