Friday, January 16, 2015

Decálogo del Hombre Hombre


Este año cumplo cuarenta, y es una edad para empezar a sincerarse: ya no soy la joven promesa, el recién llegado, cándido, y anhelante, el bisoño amateur con suerte que tiene todo por aprender, y al que nada debe reprocharse. Es la edad en que se puede evaluar cómo se ha vivido, y cuáles serán las circunstancias y condicionamientos en los que se vivirá, bien o mal, sean estos favorables, anodinos u hostiles. Y debo empezar a aceptar que voy a estar solo siempre, porque no estoy a la altura del desafío que implica estar en pareja. Pero no por eso no estoy en condiciones de saber qué le gusta a las mujeres que admiro. Y es que sé muy poco de mujeres, pero puedo adivinar, por el hecho de que tuve hermana, madre y abuelas que los estereotipos de hombre imperantes hoy, cuyas edades van entre los 20 y 30 años, no son los deseables para las mujeres de esa misma edad. Los veinteañeros van bien con chicas por debajo de veinte, o por encima de cincuenta, que son las edades en que las mujeres no piensan en la reproducción, y en que el sexo es meramente recreativo. Ya sabemos lo que es el hombre objeto, pero acá va un par de consejos para ser un hombre hombre (Gracias Old Spice, cuando quieran, monetícenme) Y Ud, joven argentino...¡tome nota!


El hombre Hombre no tiene ni novias, ni prometidas, ni exes, ni parejas: tiene mujeres. Esto implica que cuando se refiere a su compañera, dice, 'esta es mi mujer'. Y cuando digo que no tiene exes quiero decir que no tiene pasado.
El hombre Hombre no se ufana de sus conquistas, ni de sus proezas en la cama. Es de salame, de gil, andar diciendo cosas como 'yo me echo cuatro al hilo', o 'yo, dos sin sacarla'. Tales individuos, reunidos en manada de pares  iguales, son igualmente cornudos.
El hombre Hombre no se aplica a su aspecto físico con la diligencia, tiempo y la erogación de dinero que vemos en los ubicuos metrosexuales, especie de vergonzosos epígonos de lo que alguna vez fue el Hombre, degradados a consoladores bronceados, llenos de piercings y tatuajes, con el cabello y el físico trabajado en casas del ramo que se dedican a la infame faena del pigmalionismo posmoderno.
El hombre Hombre debe beber e insultar. El hombre que no bebe ni insulta no es confiable, no tiene pasión, no es capaz de amar, porque no es capaz de odiar, y sólo piensa en sí mismo.Y beber es beber whisky, vino, cerveza o vodka. Los que toman tragos, o cualquier cosa que en un vaso lleve paragüitas, sorbetes sinuosos, o que posea colores como el azul, el rosa, o el blanco, es PUTO.
El hombre Hombre puede bailar, pero sin llevar las manos por encima de los hombros. Ese es el límite. Por encima de allí, se encuentra la zona gay.
El hombre Hombre puede llevar perfume, pero debe abstenerse de ciertas fragancias cuyos avisos publicitarios muestren metrosexuales de veintipico.
El hombre Hombre puede cambiar los pañales de su hijo, una vez en la vida. Para eso está la niñera; y si no puedes pagarla, no te mereces ni casarte, ni tener hijos.
El hombre Hombre puede practicar jardinería, baile, o puericultura, si cumple con todos los requisitos arriba detallados.
El hombre Hombre no compra un perro. El hombre Hombre adopta un perro o gato callejeros.
El hombre Hombre nunca mirará con lascivia o deseo a la mujer de un amigo. La mujer del amigo es del amigo...ahora, si el amigo es medio pelotudo, y vive mirando los pajaritos...
Si cumples todos los requisitos eres HH. Tu masculinidad es merecedora de una hembra a tu altura.
Si cumples con siete, sobre todos los conductuales, y no tienes ni hijos, ni niñera, ni trabajo, tampoco debes tener una mujer.
Si no cumples con ninguno, eres una mujer.


Saturday, January 10, 2015

Así Es El Calor



maldoror se prepara para pasar la temporada más cálida del año en su malquerida madriguera. Las horas que pasan deshidratándose en gotas de sudor sobre la frente de los los dementes que todavía nos animamos a seguir viviendo en esta latitud nos encuentran preparando jarras de tereré, improvisando alguna ensalada fría en base a sardinas, papa y cebolla, prendiendo la computadora para scrollear esa torre de Babel de ladrillos en HTML que es el Facebook, esperando que baje el sol para regar el jardín. Son más de seis meses en que el sol es dueño y señor de esta tierra. El decide cuándo vamos a salir, qué vamos a comer, y cómo nos vestimos. Y si alguien en su afiebrada rebelión se opone, se agarra un golpe de calor. El radar de las contingencias no depara más que furtivas salidas a comprar alguna cerveza (un par) o jugar algún juego de azar: los seis numeritos que como en una galleta china de la suerte, nos indique un futuro más excitante o promisorio. Siempre fantaseo en esta época en cavar un gran pozo, y allí soterrar un ómnibus sin asientos, ambientado como una residencia de verano, con aire acondicionado, y todo lo que haga falta para pasarla mejor. No es momento para decisiones destempladas, ni migraciones en busca de algún lugar con agua: no hay un río, lago o embalse en miles de km a la redonda. Esto es el desierto, y así lo soportamos estoicamente encerrados. Mi padre me acompaña en esta convivencia sin quejarse, como la hecho siempre. La presencia femenina de una gata hace las veces de amortiguador o bálsamo para lo parco, o acerbo de nuestro trato, en el que no falta humor a la hora de sentarnos frente al televisor. Los dos sabemos del gusto por el absurdo del otro, y lo cultivamos a la hora del almuerzo. Hacemos criba, sorna y escarnio de lo que la televisión ofrece, que en verano prodiga culos, y paseos de periodistas por centros balnearios atestados de gente. Por sobre la tierra, o debajo de esta, a ambos lados del televisor, la vida dura más que un verano, pero sólo se puede vivir a una estación por vez.