Wednesday, April 29, 2015

Ataraxia Express



Todas las noches me acuesto con mi muerte en mi cama. No hacen falta comodidades, porque en una plaza cabemos los dos. Un poco de alcohol propicia la vasodilatación necesaria y la dopamina que me ponen a escribir. Hacer interpretación de nuestras taras ayuda a curarlas. La hermenéutica de uno mismo ayuda a un diagnóstico, una prescripición: necesito una noche eterna pero iluminada, como una aurora boreal donde todos podamos flotar mirándonos a los ojos, cómplices, y sabedores del regocijo de la morada definitiva. Un paisaje sin vicisitudes, sin ambición, ansiedad, plazos, o lucha. Un espacio sin paso del tiempo al que podamos acceder desnudos y primordiales, en la candidez intrauterina de un eterno sol de medianoche. Existe un lugar así, pero hay que dejar el cuerpo atrás. El cuerpo y su suciedad, su deseo de cópulas frustrantes e inútiles. El cuerpo y su deseo de otros cuerpos, la selección natural que siempre dejará a tipos como yo con una botella al costado del teclado, y el desconsuelo de las hormonas, que siempre regresa.