Wednesday, February 05, 2014

Kabutomushi

Ser un cronista del realismo delirante es una tarea ardua, ya que implica un ánimo por el absurdo casi constante que invalida al que lo ejercita a la hora de realizar tareas racionales, anodinas, o simplemente inevitables, como descongelar la heladera, o pagar el teléfono. El ánimo de absurdo, en sí, no crea nada sino se vale de herramientas como la hipérbole, el palincesto, la distopía, el anacronismo, y el pastiche. Una tarea por demás divertida es tomar una historia conocida y pervertirla, y a su vez subvertir los elementos del género que se usa para contarla. La publicidad hace esto todo el tiempo y, por ejemplo, podríamos vender un jabón utilizando las líneas de un teleteatro mejicano, con sus rimbombantes nombres compuestos, y lo afectado de su ánimo, cercano al melodrama. 
La historia de Los Beatles podría usarse como modelo, ya que es por todos conocida como artefacto de mass-media, fácil de pervertir  por su candidez, y simplicidad.
Distopía: A partir de la victoria de Japón en la segunda Guerra Mundial y su posterior desarrollo industrial, una nueva generación crece al calor del estado de bienestar, la prosperidad, y su consabido consumismo e industria del ocio. Una juventud despreocupada, hijos y hermanos menores de los veteranos de la guerra, llena las calles de las ciudades industrializadas. Son los kabutomushi (escarabajos), así llamados por su ubicuidad, y su manía por vestir de negro.


 Ya tenemos así el background para la aparición de los 4 de Hiroshima, que habría sido el Liverpool japonés, de no ser por el desafortunado incidente del 6 de agosto de 1945. El pastiche, la idea, podría haber sido llevada al cine, de no ser por los genios que tenemos en esas faenas, que hacen una película con el pelotudo de Vicentico peinado a la gomina, y la mujer, los dos con cara de orto en un Renault 12 hablando todo rápido sin que se les entienda un carajo. Pero sigamos nuestro palincesto, que se pone lindo, sobre todo porque podemos poner el chiste de que los orientales son descubiertos por otro oriental, Víctor Hugo Morales, que entre cometa y cometa (por aquello de 'barrilete cósmico', no piensen mal) los presenta en el club 'Takuarembó' de su Hiroshima natal. La noche del debut, los muchachos no estuvieron muy brillantes, y le pifiaron en la intro de 'Muchacha de Fukuyima', los coros disonantes de 'Te Quiero Hasta Sapporo' fueron DEMASIADO disonantes, pero, dentro de todo fue pasable. Un avispado productor argentino, Alberto Mazzini, promotor de nóveles valores, los llevó a la Calle Corrientes.



Allí se convirtieron en una atracción de la noche porteña, que bullía con propuestas de lo más delirantes. Las tentaciones eran de lo más variadas, y venían en forma de vedettes como del teatro de revistas, la coca con aspirina, el baión y la perdición. Pero el dulce de la pastafrola del éxito de agrió cuando el resto de la banda se enteró que los terrenales deseos del bufarrón representante se habían cobrado como presa al cantante de la banda, Jhon Ofuí. Escenas de celos, desplantes, y la persecuta del marica, sumieron al inseguro cantante en el infierno de los sedantes y la Hesperidina. Los celos de Mazzini se materializaban en cualquier momento, y en cualquier lugar. Una vez le puso un pomo de Xyloprocto en el bolso al bisoño Jhon cuando sabía que se iba con una groupie a Punta Del Este. O se sacaba fotos desnudo con los otros tres para atormentarlo. Jhon se cansó, y se fué a Piriápolis con una groupie uruguaya -YoNo Kojo- que lo bancó y lo ayudó a sacar su primer disco solista. El disco consistía en dos temas, uno de cada lado, que no eran sino un montón de collages musicales llamados 'Number 7, Te Rompo El Ojete', que no vendieron bien, pero fueron difundidos con una foto de ellos dos en bolas en la tapa, lo que hizo que la obra, que tenía una tema de YoNo Kojo, 'Difícil Que La Concha Chifle', -consistente en pedos vaginales con una armonía de mellotrón detrás-, se difundiera entre los más atrevidos, los sedientos de experiencias nuevas. Algunos Djs lo ponían cuando amanecía en la playa, y recibía aplausos, lo que luego se convirtió en una costumbre en la ciudad costera, cuando el disco pasó de moda, y ya nadie sabía porqué aplaudía al sol naciente. Quizás era un homenaje al país del este, Japón y sus 4 de Hiroshima.