Monday, April 19, 2010

Pettinato escribe

Y escribe bien: coloquial, directo, humano; confieso que las cándidas traducciones de canciones que hacía en el programa televisivo 'Estación Musical' en 1987, que se emitía por ATC me inspiraron a seguir la profesión de trujamán, y a escuchar la música que sonaba en ese programa, incluso Sumo.
Este fragmento que transcribo me parece lo más logrado del libro 'Sumo por Pettinato', porque tiene lo que más me gusta en el relato: lo banal de describir los detalles que la conciencia registra como filigrana de un cuadro general más trágico, pero que acentúan la sensación de desasosiego resultado de lo contundente de la vivencia de la muerte de un amigo. Mientras que el resto del libro está todo en primera persona donde el narrador es Pettinato mismo, aquí aparece contando en una especie de fluir de conciencia, lleno de libres asociaciones, con la ilógica digresión del pensamiento, pero en tercera persona (narrador que cuenta a sujeto-objeto que se piensa) lo que 'vivía' en las horas posteriores a la muerte de Luca, y porque quizás se sentía ajeno a sí mismo, o fuera de sí, como sin voluntad para subjetivizar su propia memoria, la que usa como si le hubiese pasado a otro.

Era la primera vez. La primera vez que el día habia entrado de esa manera. ¿Cómo iba a dormir de día? ¿Cómo se consigue dormir entre camiones que entran y salen del living, trompetas de un solo grito sordo y humo, un pene que no se baja, que está ahí como un resorte que pide sexo o paja, unas ganas de mear que te llevan a cerrar las piernas? El meo del apuro de los exámenes. No es miedo. Es ansiedad.
'Nervios', diría su madre.
Camina por el pasillo que lo lleva a su habitación. Abre la puerta. Entra convencido en encontrar reparo. La claridad, en cambio, también está ahí. La estocada final está llegando. Los primeros rayos de sol, un sol macizo, fácil de tapar con una frazada, golpean en el cubrecama. Sus ojos vuelven a cerrarse. El cree haber dado la orden. Es un juego. Es verdad. Pequeñas partículas tal vez de polvo o de algún desecho lanzado dos horas antes, durante el mate de los obreros del puerto, flota y cae, flota y cae, cae , cae, cae tan lentamente como una película sólo proyectada ahí, en esa única franja de material fílmico. Se miró las manos y vio que las venas se habían dilatado. Pensó en decir inflamado, pero los escritores no hubiesen puesto esa palabra. Eran las mismas venas de su padre. Cuando sus manos estaban tan cansadas, dejaban de ser las de su madre.
¿Quién habrá puesto el paraguas en la basura? Anoche no comieron nada. No había olor a desperdicio-amoníaco. Le gustaba ese olor al igual que el de la leche de madre, entre agrio, cortado y 'según los que la probaron', diría ella, 'muy dulce'.
Se sentó delante de una de las hornallas. La pequeña, la que siempre funciona, mientras las otras tres se taparon de grasa y leche hervida quemada. Se restregó la cara y sonrió solo, pensando en aquel amigo que había trabajado durante tres años en un estudio sobre el Ulises de Joyce y nunca tuvo novia. Recordó que siempre decía: ' Dos cosas. Joyce tiene dos desgracias. Las introducciones y los prólogos y los estudios sobre él, que ocupan la mitad del libro más largo del mundo y la intriga de que sigamos esperando la edición revisada...¡con la puntuación!'
Hirvió el café. Como siempre. Uno se da la vuelta y el café o el agua entran en ebullición. Como el día. Como las auroras. Como el pene que ahora lo sorprende preguntándose en qué momento habrá vuelto a su postura natural.
Miró y Mickey lo miró. ¡Una película sobre demonios con Mickeys que se convierten al satanismo!
Pero eso no sucederá porque si uno quiere que eso se filme hay que pagar derechos. Es gracioso, pero son muchas las combinaciones que el hombre no verá para su terror cotidiano, sino se llenan los formularios correspondientes.
'Usted parece una caja de risotto instantáneo', dice el hombre al monstruo que ocupa toda la habitación y apenas puede moverse.
El bicho, de cara cuadrada, saliva arroz caliente, hervido a tal punto que se ven los granos al rojo vivo, como piedras de acero saliendo de un horno de cerámica.
'¡La firma Doble Gallo no autorizó todo esto!', y al escuchar la palabra dos gallos del mismo tamaño, con la expresión estúpida de los gemelos que nacieron feos, parecidos a un tío fabricante, saltan sobre él y lo destrozan. Le destrozan primero los huevos y después los ojos. Se pelean entre ellos y zarandean el cuerpo hasta que salta la billetera. Corren dentro de la casa, dejando plumas y sangre y sabanas con arañazos. Vuelven a modificar su materia como si nada fuere, y dejan de existir.
Bah. Corrió la caja de arroz buscando el azúcar. Aparecían por detrás los saquitos de té, los saquitos de pimienta negra, pimienta blanca, oréganos distintos, todos abiertos a la vez; una cuchara pequeña hace poco nacida, ahora muerta...Y ahí el azúcar, dura como la sal, lista para jugar a romperla en bloques con una cuchara.
Pensó que al clavarla, algún día, pasaría lo de aquel amigo que clavó un cuchillo en el freezer y lo encontraron pegado a las cubeteras, tan electrocutado como si la electricidad no hubiese parado de pasar durante todo el día. Esos arrebatos de la electricidad que al dejarte muerto, bien muerto, sigue pasando ahora sin obstáculos, pero sigue pasando y no se quiere ir, le hizo cerrar las piernas nuevamente y tener ganas de hacer pis, pero sabía que podría salir semen también.
Murió Luca. Hace cinco horas que lo sabe, y no sabe qué hacer.

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