Saturday, July 24, 2010

Una Gata Frigia



Las razones por las que una mujer linda y tonta se compra un perro pueden ser las mismas que puede tener una mujer fea e inteligente para comprarse un gato: en ambos casos están solas y quieren escapar de los hombres que no pueden tener a las primeras, o tienen de las otras y no las valoran.
El caso es que Locrio, nuestro héroe del saxo tenor se consiguió una dueña. Los gatos son animales domésticos y, toquen jazz o cumbia, siempre han necesitado de las manos de los humanos para procurarse alimento. Y más un gato como nuestro amigo, que de pedigree burgués y jazzero, no querría trabajar o cazar ratones a garra descubierta. Tampoco es que usara guantes, o que calzara botas, pero los gatos artistas necesitan un ámbito hogareño y tranquilo para desarrollar su arte de parecer que hacen algo cuando en realidada no hacen nada. La nueva dueña de Locrio parecía tranquila por fuera, pero como muchas estudiantes solteras con trabajo medio día, y por el hecho de carecer de un amante fijo y solícito que la consolara, nuestro gato sufría el zapatazo inoportuno que lo desconcentraba de sus ensayos en el saxo. Las partituras de jazz son jodidas, y a nuestra soltera desconsolada le molestaban las idas y venidas de los ensayos en el tejado con otros gatos, los cortes para dar indicaciones tipo 'estás fuera de la tónica', o 'esta tónica tiene poco vodka' que los gatos músicos se maullaban entre ellos. La cuestión es que una de esas noches, nuestra soltera desconsolada soñó que Locrio era su amante: alto, peludo y de voz arrulladora como la de Chet Baker, o Birabent. Estaban los dos semidesnudos en una cama de sábanas de seda, envueltos en el tono rojo de una tenue luz. Era todo encanto en su abrazo, en sus besos con gusto a atún. Tan cálido era el ritmo de su sexo, la candente cadencia de sus estocadas, tan acompasadas, que nuestra estudiante de derecho empezó a digitar su instrumento en sueños, hamacada por tan dulce y onírica aventura hasta que...hasta que el bocinazo del colectivo en la avenida retumbó en el dormitorio de ella, despertándola, la siempre solitaria estudiante que se había dormido mientras comía una lata de atún con un tenedor en la cama. Afuera, en el techo, Locrio terminaba de tocar una balada.

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