Sunday, October 25, 2009

Francis Bacon, a cien años de su nacimiento



En estos tiempos en que ni siquiera el espejo garantiza nuestra identidad, las figuras de Bacon se desdibujan en sus contornos, se convulsionan en sus formas, anónimas en su ambigüedad, perniciosas en su impostura; todo llagas, mutilación y despojo de lo que alguna vez fueron nuestros semejantes. Un bestiario de lo que pudo haber sido la raza humana. Delante de nuestros impávidos ojos, estos monstruos se contorsionan en muecas, mudos gritos de dolor, alaridos que reverberan atrapados en la tela. Si Picasso fue el asesino de lo figurativo con su insultante informalismo, Bacon es el hierático cirujano de la morgue que corta con su pincel-bisturí los restos de aquel crimen. Y como cualquier cirujano, no muestra la menor repulsión ante lo que ayer fue una persona. Ya que, ¿qué pueden importarle estos guiñapos sanguinolentos, la carne tumefacta, putrefacta de estas formas sin redención? (si el prójimo es sólo una bolsa de huesos y viscera cuando está vivo,¿qué más importa muerto?) En Bacon hay dolor, convulsiones, gritos, pero no hay catarsis. Ni siquiera la cópula sobre una cama, entre el cielo y el infierno, garantiza el alivio: las figuras ya estan heridas de muerte, se agitan, se vuelven una sola masa de espanto. La búsqueda de la alteridad, de la otredad, es un despiadado acto de disección, buscar en las entrañas, hasta encontrar la oquedad de lo que estuvo vivo pero ya no es más.

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