Monday, December 12, 2011

Esas dos avalanchas de carne

Las tetas deberían ser declaradas patrimonio cultural de la humanidad. Como la música de los Wawancó, o el Taj Mahal. Desde que nacemos, son nuestro primer alimento, y a lo largo de nuestras vidas sirven para todo tipo de deleites, y crean obsesiones rayanas con la locura. Un par de tetas, o un par de breteles bien tensados, tiran abajo un gobierno, perturban la jura de una legisladora, vuelven baboso hasta al más pintado, y ponen dura cualquier pija. Y seguro tiran más que una yunta de bueyes. Me compadezco de los tipos que tienen minas chatitas, o flacas. Por el contrario, los hombres que llevan por compañía una señorita bien dotada son afortunados, acreedores de la única abundancia que no provoca hartazgo: la de las tetas generosas. Cada vez que salgo a caminar por la costanera, hago del fisgoneo tetómano mi hobby principal. Uno las intuye a cien metros, caminando displicente, y cuando están lo suficientemente cerca, las devora con la mirada, que dice todo, la mirada, que por silenciosa no es menos elocuente: 'hacéme una turca, negra'

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