Wednesday, December 21, 2011

Un Pibe con la Remera de Black Sabbath


Hoy empieza el verano, y a esta hora nadie viene al súper. Soy uno de los 'tempraneros', una legión de jubilados, o desocupados, o amas de casa vagas que aprovechan las horas en que todavía está fresco para comprar. Me paseo sin prisa por las sección rotisería. Las bateas muestran alimentos precocidos y envueltos con papel film. Pareciera que nadie cocina en el paquetérrimo barrio de Guadalupe. Tampoco la temperatura deja o sugiere que uno encianda una hornalla. unas lentejas hervidas, frías con vinagre te salvan cualquier lunes en que la temperatura arrima los cuarenta grados. Un poco de queso, y varias Stella Artois. Llego a tomarme hasta cuatro. La primera de la mañana me saca el calor cuando vuelvo del súper. 'No es poesía ver la carne transpirar'. Uno se siente un chancho al spiedo. Y a propósito de esto: sólo se ve carne de chancho en las carnicerías. Dan ganas de gritar, '¡No como cerdo, soy judío!'


 No vale la pena transpirar. Hasta el menor gesto de hostilidad me delataría en mi incomodidad. La máscara de hombre inofensivo se rasgaría en una reveladora grieta. La cajera no me presta atención pero yo ya tengo el billete de cien para pagarle. Ella habla con su compañera  de la caja de al lado y por cinco segundos quedo en suspenso, no existo para ninguna de las dos, un ser anónimo, a diferencia de ellas, que llevan el nombre en una cucarda plastificada sobre el pecho. Pero si uno las saludara por el nombre, lo mirarían a uno como a un pelotudo. Otra de las amables convenciones no escritas pero ostensibles de este mundo moderno: la falaz gratuidad del intercambio de bienes y servicios que ofrece con una cara amable una también falaz y amistosa comunicación en términos de familiaridad, una transacción en términos comerciales que pretende ser afectiva, personal. y en la que un pelotudo con dinero para gastar puede sentir el privilegio de llamar a una cajera por su nombre ( incluso el ticket tiene impreso el nombre de la operadora, por cuestiones de reclamos, seguro) cuando yo para ella ni siquiera soy un hombre, sino tan sólo un CLIENTE. Esta es la misma 'Lorena' a la que le quedé debiendo  25 centavos. Qué lindas manos tiene. '¿Querés saber si soy un hombre todavía? Agarráme la entrepierna, sentí mis huevos, mami, amasáme la chota'. La cajera vuelve la atención hacia mí, y me pregunta: '¿Trajiste bolsita'

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